¿Marcianos? No hay, pero ¿no será tiempo que los haya?

Enviado por nacho-solorzano el Lun, 31/05/2021 - 00:28

En esta oportunidad abordo un tema que también me apasiona: la exploración espacial. Específicamente, hablaré sobre el hecho de que muchas misiones enviadas a la Luna, Marte y otros mundos de nuestro sistema solar, no han encontrado vida en ellos. Al mismo tiempo, esas misiones son prácticamente esterilizadas para evitar exportar accidentalmente la vida (microbiana) de nuestro planeta a esos cuerpos celestes. Sin embargo, ahora que tenemos una certitud razonable de que en algunos de ellos no hay vida, ¿porqué no darle la oportunidad a la vida como la conocemos de colonizar nuevos mundos? 

Indiscutiblemente, la exploración del Sistema Solar es uno de los grandes logros de la especie humana desde su aparición. La curiosidad por conocer la composición de otros planetas, sus atmósferas, su geología y la química que se desarrolla en ellos ha sido la motivación para buscar las soluciones tecnológicas que nos han permitido explorar nuevos y fascinantes mundos. Sin embargo, en el fondo hay otra pregunta trascendental: ¿Hay vida allí? ¿Estamos solos?

Dado que la existencia de vida en un planeta diferente a la Tierra no puede ser descartada sin explorarlo primero, la comunidad científica tiene un interés particular en que las condiciones de los planetas visitados por sondas no se vean afectadas por los instrumentos para explorarlos. En el caso particular de la verificación de la existencia de vida, se ha considerado particularmente importante evitar que formas de vida terrestres puedan ser transferidas por los instrumentos enviados, conduciendo a falsos resultados de detección de seres vivientes. 

Para este propósito, la comunidad espacial ha adoptado reglas llamadas «de protección planetaria» que tienen como objetivo asegurarse que formas de vida terrestres viajen de polizones a los cuerpos celestes explorados y que puedan ser confundidos con formas de vida autóctonas. Estas reglas, básicamente, exigen que las sondas sean limpiadas de forma meticulosa, por no decir esterilizadas, antes de comenzar su periplo hacia los mundos que han de explorar. 

Estas reglas son parte de las normas que son aplicadas por la industria en la construcción de vehículos espaciales. En el caso de Europa se trata de la Cooperación Europea para la Estandarización del Espacio (ECSS, por sus siglas en inglés). Estas normas cubren todos los aspectos de la elaboración de naves espaciales, dividiéndolos en cuatro disciplinas: ingeniería, gestión, aseguramiento de producto y sostenibilidad. El estándar que nos interesa es el ECSS-U-ST-20C, parte de los últimos mencionados.  

La norma de esterilización que este estándar y sus equivalentes estadounidenses imponen es muy estricta. Por ejemplo, según este artículo, para el rover Perseverance de la NASA, el presupuesto de esporas (entiéndase en este contexto, ejemplares de microorganismos) para todo el sistema de vuelo es de 500.000. Según una de las expertas de la NASA entrevistadas en el artículo eso es menos «de lo que puede uno encontrar en el lente de la cámara de su smartphone». El rover, en sí mismo, tiene un presupuesto de esporas de solo 41.000, según la misma experta. 

Estas restricciones tienen consecuencias importantes no solo en la tecnología de las misiones sino también en sus costos. Por ello es justo preguntarse ¿valen la pena estos esfuerzos? Sobre todo cuando hablamos de la exploración de cuerpos celestes donde ya tenemos abundante evidencia sobre la ausencia de vida autóctona, tal es el caso de la Luna y de Marte.

En mi opinión, las normas de protección planetaria hacia esos cuerpos podrían ser relajadas, no solo para ahorrar tiempo y dinero, sino también para abrir a la vida la posibilidad de conquistar nuevos mundos y abrirnos a nosotros mismos la oportunidad de estudiar su adaptación a un nuevo ambiente, su evolución y, eventualmente, crear un nuevo ecosistema. Un tal estudio nos permitiría entender de primera mano cómo la vida evolucionó en la Tierra. 

Además, el único sistema biológico que conocemos tiene un punto único de fallo: el planeta Tierra. Pienso que es nuestro deber, en tanto que la única especie capaz de visitar otros mundos, darle a la vida una oportunidad de continuar en caso de una falla catastrófica. No hablo de terraformar Marte o la luna, ni siquiera de humanos colonizándolos, sino simplemente liberar la vida en otros ambientes en los cuáles pueda evolucionar y triunfar como lo hizo en nuestro planeta. 

¿Qué piensan? Comentarios son bienvenidos.  

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